Aprender para enseñar mejor
Ser docente significa acompañar procesos de aprendizaje. Pero ¿cómo hacerlo si nosotros mismos dejamos de aprender? El mundo cambia, la escuela cambia, el alumnado cambia… y nosotros no podemos quedarnos quietos. La formación permanente no es un lujo, es una necesidad.
No hablo solo de cursos y títulos (que también), sino de una actitud de apertura y curiosidad constante. Leer, escuchar, probar, reflexionar, compartir. Esa es la esencia de un docente que crece.
El impacto en el aula
Formarnos no solo nos da nuevas herramientas: cambia nuestra mirada. Cuando un profesor descubre la gamificación, el ABP o la robótica, no solo añade técnicas a su mochila, sino que empieza a concebir el aprendizaje de forma distinta. Eso repercute directamente en el alumnado: más motivación, más implicación, más competencias reales para la vida.
Romper la soledad docente
La formación permanente es también una forma de salir del aislamiento escolar. Cada curso, congreso o comunidad nos conecta con otros profesionales, con sus experiencias, aciertos y errores. Aprender juntos es mucho más enriquecedor que hacerlo en solitario. Lo he vivido en espacios como el Premio Internacional Espiral, el Espiral Learning Fest o los proyectos colaborativos con otros docentes: cada conversación abre un mundo.
Aprender de otros… y de uno mismo
Formarse no es solo escuchar expertos. También es reflexionar sobre la propia práctica, atreverse a cuestionar lo que hacemos, buscar feedback en nuestro alumnado, en las familias, en los compañeros/as. A veces, la mejor formación es la que surge al observarnos con ojos críticos y honestos.
Un ciclo que nunca termina
La formación permanente es, en realidad, un círculo virtuoso:
- Aprendo → lo aplico en el aula → lo comparto → recibo feedback → vuelvo a aprender.
Ese ciclo nos mantiene vivos, creativos y conectados con lo que necesita nuestro alumnado.
Conclusión: un compromiso con el futuro
Invertir en nuestra formación no es invertir en nosotros, es invertir en ellos: en nuestros estudiantes, en su futuro y en la sociedad que queremos construir.
Porque un docente que aprende inspira a su alumnado a aprender siempre. Y quizá ese sea el mayor legado que podamos dejar.
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