¿Quién cuida a quien cuida? La otra cara de la protección educativa

En los últimos años, hemos avanzado mucho en la protección del alumnado. Hablamos -y con razón- de bienestar emocional, de seguridad, de acompañamiento. Diseñamos protocolos, planes de convivencia y medidas para garantizar que nadie se sienta solo ni vulnerable en la escuela. Pero hay una pregunta que a veces se queda en silencio: ¿quién protege al profesorado?

La paradoja del cuidado

Cuidar a los demás es una parte esencial de nuestra profesión.
Acompañamos, escuchamos, mediamos, animamos, calmamos, enseñamos…
Y lo hacemos, muchas veces, dejando nuestro propio cansancio o frustración a un lado, porque “los niños no tienen la culpa”.
Sin embargo, detrás de cada docente hay una persona que también necesita sentirse valorada, comprendida y sostenida.

El peso invisible

El profesorado vive bajo una presión creciente: resultados académicos, burocracia, familias exigentes, falta de recursos, conflictos emocionales dentro y fuera del aula…
Y aunque el discurso educativo actual habla mucho de autocuidado, pocas veces se traduce en estructuras reales de apoyo al docente.
Nos piden resiliencia, creatividad y equilibrio emocional, pero ¿dónde están los espacios para poder recomponerse, compartir o pedir ayuda sin miedo al juicio?

El miedo a equivocarse

En la escuela, el error del alumno/a es una oportunidad de aprendizaje.
El del docente, en cambio, a veces se convierte en un motivo de crítica o desconfianza.
Vivimos en una sociedad donde se protege al estudiante -y debe ser así-, pero se olvida que un profesor inseguro, agotado o cuestionado difícilmente podrá acompañar bien a nadie.
Proteger al alumnado no debería significar desproteger al profesorado.

Cuidar también es corresponsabilidad

Cuidar al docente no es un lujo ni una reivindicación corporativa: es una condición necesaria para garantizar una educación de calidad.
Cuidar significa reconocer su trabajo, ofrecerle formación emocional, escuchar su voz en la toma de decisiones, respetar su tiempo y generar confianza en lugar de sospecha.
Significa construir comunidades educativas donde la colaboración sustituya al señalamiento, y donde el bienestar sea compartido.

La escuela que cuida, cuida a todos

Educar es una tarea profundamente humana.
Y las personas que educan también necesitan ser sostenidas, acompañadas y reconocidas.
Si queremos escuelas sanas, necesitamos equipos docentes que se sientan seguros, valorados y cuidados.
Porque cuidar no es solo proteger al más pequeño: es también cuidar a quienes, cada día, ponen cuerpo, mente y corazón al servicio de los demás.

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