De lo analógico a lo digital (y vuelta): integrar tecnología sin perder lo esencial

En estos últimos años hemos vivido una auténtica revolución digital en la educación. Plataformas, apps, inteligencia artificial, entornos virtuales… herramientas que han abierto un mundo de posibilidades, sí, pero que también han generado cierta saturación, confusión o incluso miedo. Entre tanto avance tecnológico, muchos docentes nos preguntamos: ¿cómo integramos lo digital sin perdernos por el camino? Como maestra de primaria, formadora y también profe de Educación Física y robótica, vivo esta tensión cada día. Amo la innovación, pero también necesito sentir que lo que hago conecta con la realidad de mi alumnado. Que más allá del código, el movimiento o la pantalla, hay personas. Con sus ritmos, emociones y necesidades.

No todo cabe en una app

Una de las primeras lecciones que aprendí es que no todo lo esencial se puede digitalizar. Hay aprendizajes que pasan por el cuerpo, por el error, por el juego sin pantallas. En mis clases de Educación Física, por ejemplo, veo cómo el movimiento activa la mente, regula emociones y mejora la convivencia. Ninguna herramienta digital puede sustituir eso. Pero sí puede enriquecerlo.

Por ejemplo, hemos utilizado herramientas de realidad aumentada para crear recorridos de orientación, apps de evaluación formativa para dar feedback tras juegos cooperativos, o incluso pequeños robots para trabajar lateralidad, espacio y lógica mientras nos movemos. Lo digital se convierte así en un plus, no en el centro.

Del código a la vida

Cuando enseño robótica o programación, mi objetivo no es que los niños y niñas memoricen comandos. Lo que busco es que aprendan a pensar, a crear, a resolver problemas juntos. Que entiendan que programar es otra forma de expresarse. Hemos diseñado juegos cooperativos con Scratch, hemos construido retos con placas Makey Makey que activan sonidos al tocar objetos cotidianos, y hemos reflexionado sobre el uso ético de la tecnología.

Lo importante no es solo el contenido digital, sino el para qué. Cuando la tecnología está al servicio de la creatividad, del pensamiento crítico o del vínculo con el entorno, tiene sentido.

Equilibrio y sentido común

A veces parece que hay que elegir entre ser “docente tech” o “docente de toda la vida”. Yo creo que es una falsa dicotomía. Lo verdaderamente innovador es saber integrar lo nuevo sin renunciar a lo que funciona. Saber cuándo conviene apagar pantallas y salir al patio a observar nubes para inspirarnos. Y cuándo un escape room digital puede despertar la chispa en un grupo.

El equilibrio no se enseña, se practica. Y se adapta. No hay una fórmula mágica, pero sí una brújula: nuestro alumnado. Si lo que hacemos mejora su aprendizaje, si lo motiva, si lo conecta con el mundo real y consigo mismo, entonces tiene sentido.

¿Y si volvemos… para avanzar?

A veces, para seguir innovando, hay que volver a lo básico: escuchar, observar, preguntar. Lo analógico no está reñido con lo digital. De hecho, muchas de mis mejores experiencias nacen justo en la intersección entre ambos mundos. Como cuando mezclamos una dinámica de rol en Educación Física con una narrativa creada por IA. O cuando creamos podcasts en grupo sobre hábitos saludables tras una situación de aprendizaje de EF.

Porque al final, lo esencial no está ni en el botón más moderno ni en la metodología de moda. Está en la relación. En cómo miramos, cómo cuidamos, cómo acompañamos. Y eso —por suerte— sigue siendo profundamente humano.

Otros artículos académicos están recogidos en Google Scholar.

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