Premios, libros y aulas: cómo seguir con los pies en la tierra (y el corazón en el aula)

A veces me preguntan cómo hago para compaginar tantas cosas: las formaciones, los premios, el libro, las entrevistas… Y la respuesta siempre es la misma: porque sigo en el aula. Porque ahí, en ese espacio donde la teoría se vuelve vida, es donde todo cobra sentido. Los reconocimientos son bonitos. No voy a fingir que no emocionan. Cuando recibes un premio o ves tu nombre en la portada de un libro, piensas en todo el camino recorrido, en las veces que dudaste, en las personas que te han acompañado. Pero nada de eso sustituye lo que siento cuando un alumno me dice “lo he conseguido” con una sonrisa, cuando un grupo supera un reto juntos, o cuando una familia me agradece que su hijo vuelve a casa ilusionado.

Lo que me ancla: el aula como brújula

Podría dejar de dar clase, centrarme solo en formar docentes o en proyectos personales, pero el aula es mi brújula. Es mi lugar de ensayo, de prueba y error, de contacto real con lo que funciona… y con lo que no.

Allí aprendo cada día. Aprendo que la innovación sin vínculo no sirve. Que lo digital debe tener propósito. Que lo importante no son las herramientas, sino las miradas que las sostienen.

Estar con niños y niñas me recuerda por qué empecé. Me baja a la realidad cuando me pierdo en discursos. Me obliga a escuchar, a observar, a ser flexible. Y eso me mantiene auténtica, incluso cuando afuera todo parece acelerado.

Visibilidad sin perder la esencia

Es fácil caer en la trampa del personaje, de la perfección proyectada, del “todo bajo control”. Pero lo que más valoran quienes me siguen o me leen no es eso. Es que sea de verdad. Que cuente también lo que no sale bien, lo que dudo, lo que cambio sobre la marcha.

Intento que cada premio sea un altavoz para visibilizar lo que otros también hacen. Que cada formación sea un espacio horizontal, donde todas aprendemos. Que cada página escrita esté llena de aula, no de postureo.

Y el corazón, siempre en el mismo sitio

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Podré cambiar de formato, de escenario o de proyectos… pero mi corazón seguirá estando ahí, en la escuela, entre mochilas desordenadas, preguntas inesperadas y aprendizajes que no caben en ninguna rúbrica.

Porque enseñar, al final, no va de reconocimientos, ni de libros, ni de followers.
Va de transformar vidas. Empezando por la tuya.

Seguir en el aula es lo que me permite no perderme.
Porque enseñar no es solo una profesión.
Es una forma de estar en el mundo.

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