Lo que me ancla: el aula como brújula
Podría dejar de dar clase, centrarme solo en formar docentes o en proyectos personales, pero el aula es mi brújula. Es mi lugar de ensayo, de prueba y error, de contacto real con lo que funciona… y con lo que no.
Allí aprendo cada día. Aprendo que la innovación sin vínculo no sirve. Que lo digital debe tener propósito. Que lo importante no son las herramientas, sino las miradas que las sostienen.
Estar con niños y niñas me recuerda por qué empecé. Me baja a la realidad cuando me pierdo en discursos. Me obliga a escuchar, a observar, a ser flexible. Y eso me mantiene auténtica, incluso cuando afuera todo parece acelerado.
Visibilidad sin perder la esencia
Es fácil caer en la trampa del personaje, de la perfección proyectada, del “todo bajo control”. Pero lo que más valoran quienes me siguen o me leen no es eso. Es que sea de verdad. Que cuente también lo que no sale bien, lo que dudo, lo que cambio sobre la marcha.
Intento que cada premio sea un altavoz para visibilizar lo que otros también hacen. Que cada formación sea un espacio horizontal, donde todas aprendemos. Que cada página escrita esté llena de aula, no de postureo.
Y el corazón, siempre en el mismo sitio
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Podré cambiar de formato, de escenario o de proyectos… pero mi corazón seguirá estando ahí, en la escuela, entre mochilas desordenadas, preguntas inesperadas y aprendizajes que no caben en ninguna rúbrica.
Porque enseñar, al final, no va de reconocimientos, ni de libros, ni de followers.
Va de transformar vidas. Empezando por la tuya.
Seguir en el aula es lo que me permite no perderme.
Porque enseñar no es solo una profesión.
Es una forma de estar en el mundo.